Documental sobre la historia de las farotas

 

Esas farotas no son como las pintan

Alfonso Suárez, como ‘El Ribereño’, para una ‘performance’ que presentará durante la Carnavalada de 2014. /Foto Joshua Africano

Por el río Magdalena, desde el nuevo puerto de Talaigua, llegaron las farotas al Carnaval de Barranquilla. Es una danza compuesta por trece integrantes, hombres de toda la barba con indumentaria de mujeres, faldas de colores, sombreros de flores y una sombrilla que, en estudiados movimientos, van trenzándose en vistosa coreografía.

Desde 1985 Etelvina Dávila hizo suya esa tradición, recreando un imaginario cultural de raíces coloniales convirtió a su grupo de danzas en uno de los principales atractivos de las fiestas de Momo. Ella recogió de la calle una teoría que asegura que las farotas eran una tribu asentada en la isla fluvial de Mompox, una llanura alargada entre dos brazos del río Magdalena que, después de transcurrirla, se une nuevamente en un solo cauce para llevar sus aguas hasta el mar Caribe, muy cerca de la capital comercial de la alegría y de los carnavales.

Antes de encontrar su camino como gestora cultural, Etelvina fue profesora de primaria en un asentamiento veredal, asistente telegrafista y secretaria del inspector de Policía. Abanicándose para darse un poco de respiro en medio del agobiante calor, nos dice, en un lenguaje de ademanes que acompaña su voz parsimoniosa, que sus primeros viajes a Barranquilla fueron una proeza: “… desde Talaigua se viajaba a Magangué en lancha, y ahí cogía uno El capitán De Caro, un barco de vapor en que veníamos los campesinos revueltos con burro, con leña, con patos y gallinas, con de todo…”.

Desafiando esas penurias que agigantan a nuestros personajes populares, y con una gran voluntad para el sacrificio, trajo consecutivamente trece danzantes, cinco músicos, tres acompañantes, durante 26 años continuos hasta su muerte acaecida hace un par de años después de haber cosechado 17 Congos de Oro con su grupo de danzas Farotas de Talaigua. Nos dijo –en una de las que serían sus últimas entrevistas–, que “… en ese territorio de la isla de Mompox habitaban muchas tribus indígenas, malibúes, sondaguas, pocabuys y chimilas, entre ellos. Los españoles orientaron sus apetitos naturales hacia las riquezas del subsuelo, pero también hacia la belleza de las nativas, y se volvieron locos por ellas. Como no les paraban bolas usaron la fuerza. Entraron a los bohíos, para obligarlas. Mancillaron su honor. Por eso en la danza lleva un niño, para recordar esa historia de tristeza y dolor que se vivió en Mompox ...”

Etelvina guarda silencio. En ese vacío hay espacio para el dolor, ella lo saca de dentro del pecho, lo expulsa con rabia, y continúa su relato: 

“... Un día se reunieron los indios pensando qué hacer. Pues se escondieron en los bohíos, y dieron impulso a su malicia indígena. Miraron cómo era el vestuario de las mujeres españolas, los consiguieron con laberintos, como los usamos en Las Farotas de Talaigua, faldas amplias con estampados multicolores, para los sombreros fueron al monte a coger toda clase de flores, y adornaron sus cabezas. Con esa indumentaria los más fieros se disfrazaron, y se escondieron en los bohíos esperando a que el español llegara, borracho como de costumbre, a tomar a sus mujeres a la fuerza. Y cuando entraron cayeron en la trampa. Se libró una batalla y salieron airosos los indígenas, porque en las chozas había trece de sus hombres disfrazados, pero muchos más estaban escondidos. Festejaron con una gran parranda. De esa manera nació la danza de las indias Farotas…”

Ni de Talaigua ni de Mompox. Las farotas son de San Fernando

En tiempos del novenario de la Virgen de La Candelaria tenían fama las fiestas que en San Fernando y otros sitios aledaños a la isla de Mompox tenían lugar, animadas por gitanos que llegaron entre el contingente de españoles, desde allí se irradiaron a los carnavales y fiestas de la independencia y a las ferias que, después de las novenas de la Cruz de Mayo, acostumbraban los habitantes de Hatillo de Loba, Menchiquejo, Guataca, Cicuco y Sandoval, subían hasta Mompox y Magangué,  después a Cartagena y, más recientemente, al Carnaval de Barranquilla.

El historiador Pedro Salzedo del Villar, en sus Apuntes Historiales de Mompox nos cuenta que la danza de las farotas fue llevada a Talaigua desde el cercano municipio de San Fernando por Domingo Galindo, un militar, combatiente victorioso de la Guerra de Los Mil Días, quien organizó un grupo de alegres faroteros. La fiebre prendió rápidamente, y con ella aparecieron Florencio Jiménez, Gabriel Panizza, Efraín Chica, Domingo Carrera, Miguel Castaño y Bonato Padilla, hombres de la calle que marcaron una época gloriosa para la danza.

Sin plata y sin tiempo, las farotas desaparecieron

A Gloria Triana se le reconocen sus esfuerzos en la preservación del patrimonio cultural de la nación, para la difusión de sus investigaciones utiliza técnicas audiovisuales que benefician el estudio de la antropología y la etnología. Ha documentado las festividades colombianas más importantes y, en una de esas búsquedas, las farotas llamaron su atención en 1975 cuando, con Totó La Momposina y Carlos Franco, visitaron los poblados del bajo Magdalena ocupados en investigar la cultura popular viva.

“Fue un muy importante contacto directo con los actores de nuestro folclor –nos dice, tras una pausa en su labor como codirectora del Festival de las  Artes Escénicas del Gran Caribe– Colcultura nos había pedido organizar encuentros regionales de música y danza popular, en esa labor hicimos  recorridos en búsqueda de los mejores por todo el territorio nacional”.

Fue Totó quien los orientó en Talaigua, pues ella era oriunda de la región y conocía de cerca la existencia de las farotas. En su hablar cantado, con su voz fina, nos dice que: “…al llegar no hubo quien nos mostrara el baile con su música y las costumbres del vestuario. No había organización, no había quien nos proyectara algo que era tradicional en mi pueblo, sabían bailar esa expresión pero se quejaban de la falta de plata y de tiempo, de modo que debimos recurrir a algunos espontáneos, y a lo que había todavía en los recuerdos de mi madre para iniciar la tarea de recuperación de la memoria, después hicimos algunos trámites para conseguir quienes se interesaran por organizar un grupo, gestionar los recursos para comprar telas e instrumentos musicales porque, por los altos costos, ya no se practicaba”.

Carlos Franco, por aquel entonces un inquieto estudiante de arquitectura que estaba dispuesto a dejarlo todo servido con tal de dedicarse a la expresión folclórica que era su verdadero interés, hizo el montaje. Puso mucha atención en la descripción de la coreografía y la selección del vestuario y, con su facilidad para crear, organizó aquel grupo iniciático. Su estreno tuvo la ocasión en unas actuaciones especiales que se hicieron en un espectáculo llamado ‘Noches de Colombia’, en el Teatro Colón de Bogotá, con el auspicio de Colcultura y trasmisión en directo por la TV nacional. Años después, con su Escuela Experimental de la Danza Folclórica, haría una labor importante de divulgación de esta danza, llevándola a escenarios internacionales. En esa tarea, tras su temprana muerte, lo sucedieron Mónica Lindo y Róbinson Liñán, dos de sus mejores alumnos.

Las farotas vengativas, una mentira generosa

José G. Daniels, presidente de la Asociación de Escritores de la Costa, nacido por aquellos mismos lares, dice que la de las Farotas no es una danza indígena, como sin fundamento se asegura. En sus investigaciones ha logrado establecer que es un baile típico de gitanos romaníes, que llegaron con la España invasora a la provincia de Mompox, cuando apenas asomaban en los tiempos de la República las ideas libertarias granadinas.

Con su atuendo distintivo en punto de blanco, bajo la canícula en la plaza de Los Coches, en Cartagena, el escritor afirma que: “esa danza se bailaba en los festejos de La Esmeralda, una hacienda de esclavos, hoy en San Fernando, uno de los siete municipios que ocupan esa ancha porción de tierra que es la isla de Mompox”. Agrega una versión documentada, menos difundida y de mucha controversia, y pone por testigos al cañamillero Fernel Matute y al párroco de Talaigua, Santiago Bernal, pues fue con ellos que adornó un texto de presentación de estas danzas folclóricas llevadas al Festival de la Cumbia de El Banco, en 1973: “… nos inventamos esa historia que ridiculiza al español en venganza al ultraje y violación que decíamos se hacía a las indias...” Aquella historia comenzó a hacer carrera entre todos los cultores de la danza, y ha sido aceptada de tal manera que hoy parece imposible convencer a los talaigueros de esa gran mentira generosa.

Con el surgimiento y apoyo a los festivales regionales para estimular las tradiciones populares en los años setenta, las agrupaciones folclóricas que hacían su aparición tan solo para tiempos de carnavales tuvieron un gran pretexto para su presencia viva en esos festivales. Se inicia entonces una competencia por traer a tiempo presente los acontecimientos del pasado y, como muchas fuentes desaparecieron, se recurrió a la tradición oral, que es una memoria sin límites: “se acomodan los hechos y se cuentan como se considera que pudieron suceder” –dice José G. Daniels sacando del fondo de su maletín una fotocopia añeja y, mientras la exhibe, afirma subrayando con ademanes cada expresión: “Y Talaigua no iba a ser la excepción. En esa búsqueda del origen divino de la danza se generó una gran leyenda que ha hecho carrera: el indio se vistió de mujer para ridiculizar al español porque este le prostituyó a sus hembras”.

Las farotas van al cine

Gloria Triana regresaría para revisar el tema de las farotas hasta lograr, con el cineasta barranquillero Jorge Ruiz, entre 1982 y 1986, el montaje de dos audiovisuales para Yuruparí, aquella serie de televisión de grata recordación que enriqueció los archivos de nuestro folclore en momentos en que nuestro país no reconocía oficialmente su diversidad cultural. Uno de ellos fue específicamente sobre las farotas de Etelvina, con la narración y el apoyo de  Liba Vildés, la mamá de Totó, en el que se recoge la leyenda de la venganza, una de las versiones de esa época acerca del significado y el origen de la danza. El otro fue sobre las farotas de San Martin de Loba, en su esencia similar a las otras de la Depresión Momposina pero con variaciones en la coreografía. En este documental no se hace mención al carácter vindicatorio de los indígenas, en su lugar se refieren a una danza satírica en la que los hombres hacen burla de sus mujeres porque se dejaron seducir por los españoles que les regalaban collares, sombrillas, abalorios, obteniendo sus favores sexuales a cambio.

En otro audiovisual de Yuruparí sobre la participación de grupos diversos en el Carnaval de Barranquilla, Gloria Triana hace equipo con el antropólogo Jaime Olivares y con el documentalista Julio Charris para documentar la participación de la comunidad gay, su escenografía callejera, su presencia en el teatro de carnaval. Se llama “Cada uno sabe su secreto”, y empieza con Alfonso Suárez  vistiéndose para bailar la danza de las farotas y contando cómo, en Mompox, veía desfilar las farotas en  carnaval, y termina involucrándose en él. Finaliza el documental en un plano cerrado donde Alfonso, que obtuvo Primer Premio en el Salón Nacional de Artes Plásticas en 1994 –el máximo reconocimiento a los artistas plásticos en nuestro país– afirma que, tras su muerte, quiere que lo lleven hasta su lugar en el cementerio vestido como farota.

“... como caribeño –nos dice, mientras se acomoda en sus abarcas tres puntá–, estoy marcado por la fiesta, por el espíritu del canto y de la danza que se desbordan en épocas de carnaval para desplegar un modo de ser, pensar y sentir que, siendo único, es el resultado de múltiples encuentros. Así quiero que se me recuerde…”

El Ribereño, el más premiado de las farotas

El 24 de julio  de 1997, al inaugurarse el VIII Salón Regional de Artes Plásticas  en el Museo Contemporáneo de Arte Bolivariano de Santa Marta, se anunció el nombre de Alfonso Suárez como ganador de esa versión, entre 125 artistas participantes, con su obra El Ribereño.

Suárez ganaba, con esta, por tercera vez el codiciado Primer Premio del Salón. Para lograrlo había trabajado el espíritu festivo de su ciudad natal, recreación de un patrimonio ancestral heredad de sus antepasados, los recuerdos y las nostalgias de su infancia. Ahí se resume esa obra sobresaliente por la alta calidad  de su contenido, por la riqueza visual de los elementos utilizados,  y por el manejo corporal del artista.

Desde entonces se le ha visto sucesivamente en los carnavales de Barranquilla, en un evento individual con aportes personales que llama la atención de propios y extraños. En los carnavales de 2009, la comparsa Disfrázate como quieras, bajo la capitanía de Deyana Acosta, actual secretaria departamental de Cultura, hizo un homenaje a los 25 años de vida artística de Alfonso, de modo que 25 de sus integrantes se vistieron con atuendos de farotas, incluida su capitana, para hacer un colorido desfile en la Batalla de Flores en la compañía  de este incomparable artista en cuya infancia, desde un caserón de dos plantas en el centro de la ciudad colonial, vio el trascurrir de lo que serían los días de su vida.